Una crónica para la semana de pascua.
EL REENCUENTRO
Atrás quedaron los Alpes austríacos con sus picos blancos, y Liechtenstein con los orgullosos vestigios de su nobleza, y el valle del Rin suizo, y las engalanadas campiñas francesas. Ahora siento el olor del Saarland; el verde de sus praderas con sus alternantes bosques de pino y Arce (Ahorn), ha dado paso a la metamorfosis multicolor del otoño. El Sarre parece no llevar prisa y se arrastra perezosamente por el valle como una enorme anaconda. Miro el azul del cielo reflejado en su espejo de colores, y el viento en sus árboles de hojas verdes y anaranjadas que enmarcan su cause. Sus meandros bosquejan lentamente parte importante de mi destino.
Hace cerca de seis años no piso territorio alemán. No obstante mi experiencia aquí ha sido tan sensible y trascendental, que cada uno de mis sentidos parece activarse al máximo ante su inminencia. Es un reencuentro con el pasado. Hay cierta sensación en el ambiente que me transporta. Me acerco a Saarbrücken. Reconozco fragmentos enteros del paisaje, árboles sin hojas, colinas, trozos de cielo, calles, iglesias, fachadas típicas entramadas con robles centenarios, y adornadas con dibujos patronímicos de apellidos, y oficios casi en extinción por los azares de la industrialización y el modernismo. Observo como ayer una rústica taberna cuyo aspecto desgarbado se remonta a un período incierto, que pese a su constante empeño el tiempo no ha podido transformar. Veo un par de ancianos sentados silenciosamente en el parque mientras las hojas caen; una muchacha en bicicleta. Reconozco también una fábrica metalúrgica en desuso y algunas vallas que juraría conservan la misma publicidad de autos y cervezas. Pero sobre todo, reconozco expresiones, rostros, facciones, sonrisas y abrazos que me dan la bienvenida y cuyo calor comparto con alegría:
—Hallo… Guten Abend… Wie geht´s…?
Son personas incondicionales con quienes pude haber compartido una vida, y sin importar cuanto dejáramos de vernos, rencontrarnos con entusiasmo y reiniciar la conversación en el mismo punto; pero por cosas del idioma nos hemos dicho poco. Me miran largo rato con sus ojos claros. Los contemplo indefenso y casi sin respuestas. Hace cerca de veinte años nos hemos visto a intervalos y algo nos dijo que podíamos ser amigos. Releo cada una de sus nuevas líneas faciales tratando de descifrar su historia y por lo que han pasado.
—Entschuldigung
Nos miramos desde el corazón. Nunca hemos sido confidentes de nuestros sueños ni secretos íntimos, pero quizá en otra vida peleamos una guerra juntos o luchamos por un propósito común o un ideal prohibido. El tiempo los ha ido debilitando igual que a mí. Algunos decididamente enfermos me hacen prever que este será nuestro último encuentro.
—Schade
Es diciembre. Llevo pocos días entre ellos; el invierno hace esporádicas incursiones tiñendo de blanco los techos y colinas lejanas. La iglesia de Brebach con sus tejas de pizarra negra, conserva la nieve en barreras metálicas, como prueba inequívoca de un furtivo romance de madrugada que el sol estropeó. Ya me han invitado a varias reuniones familiares donde sigo encontrando rostros cercanos y alegres que me hablan en dialecto como si por culpa del idioma clásico (Hochdeutsch) yo no les entendiera. En medio de la noche y el vino entonan cánticos típicos y milenarios que por instantes creo recordar rodeado de personajes extraños, entre solsticios de invierno y nieves perpetuas, antes que el cristianismo decidiera remplazar las celebraciones al dios sol por el nacimiento del mesías. Me reconozco con ellos junto a una fogata entonando el canto pagano de un ritual de fertilidad, o asaltando caminos, y fornicando con doncellas en lugares anchos a las afueras de un asentamiento. Me veo junto a ellos integrando una ronda nocturna con sombreros de gamuza y yelmos dorados, o porqué no, en faenas sagradas, heroicas y desesperadas por arrancar almas de manos del demonio en épocas de la peste negra que mató a San Friedrich… Porque quizá en otra vida decía, peleamos una batalla juntos. Posiblemente en una expedición temeraria hayamos rescatado los huesos de las once mil vírgenes necias que Santa Úrsula guio hasta los hunos antes de alcanzar los cielos, y que prefirieron ser elevadas a los altares antes que a la cama del bárbaro Atila, “Dei et sanctas Mariae ac ipsarum XI m virginum” Quizá solo eran once mártires, pero qué más da… Ahora sus miserias se encuentran en el Dom de köln junto a los restos de un rey mago cualquiera. Tal vez también emprendimos con fervor piadoso una cruzada en pos de una reliquia a Tierra Santa, e incendiamos antros, templos de perdición de aspecto sombrío, y cortamos gargantas a los impíos para gloria del señor, y trajimos pedazos de la cruz de Cristo que se encuentra esparcida en todos los templos y santuarios europeos; o el Santo Clavo que con un estuche de plata adornado con diamantes y rubíes se exhibe cada año en Trier, junto a la Santa Túnica raída y pequeña que trajo Elena, (madre de Constantino, quien fundara esta ciudad “Tréveris”, para solidificar las bases del cristianismo imperial entre la cultura germana, al pie de una fuente de aguas termales que curaba sus heridas de guerra más que su fe. Allí donde encontraban aguas calientes, los romanos construían una ciudad, con sus baños libertinos humeantes y eróticos, su panteón y su circo, a donde ya no era menester sacrificar cristianos, sino a los bárbaros del norte que no querían acogerse al nuevo dios). En los sótanos de la misma iglesia, está el ataúd de piedra de mi Santo Patrono -San Friedrich-, alcanzado por la peste un poco antes que el Santo Oficio, pues ya desde comienzos de mil seiscientos, este criticaba abiertamente la cacería de brujas y los excesos de la Inquisición.
Las festividades continúan, todos conversan y ríen sin parar, es navidad. Cuentan historias nocturnas de gnomos, guerreros alados y diosas desnudas; desgajan sonoras y arcaicas carcajadas, y se dejan venir con todo tipo de viandas y abundantes raciones de licor de frutas. Sus rostros me son cada vez más amigables y familiares; mis pensamientos oscilan en torno a las pocas palabras que interpreto, y brumosas imágenes de un pasado remoto, elíptico, cambiante. Acosado por los recuerdos y un mundo mágico de presencias inciertas, hago cábalas tentativas entre trago y trago… No sé si junto a estas personas rescatamos en nombre de la fe uno de los dos cráneos del Bautista -el de adulto o el de Chiquito-, que reposan en la catedral de San Juan en Roma. O si encontramos para la posteridad las gotas de leche de la Virgen maría que se guardan con celo en una iglesia de Insbrück. Posiblemente fuimos los encargados de arrebatar de manos de los infieles el prepucio del niño Dios que aún hoy hace milagros libidinosos entre los viejos parroquianos de un olvidado monasterio romano… Pero casi seguro, al menos compartimos una copa de vino, y una hogaza de pan con miel en una taberna triste, una tarde lóbrega camino de Emaús.
—Auf Wiedersehen.
F. Sánchez Caballero.