“LAS VIUDAS DE LA CURVA DEL DIABLO”
Dolor y Protesta a flor de piel de mujer…
Exposición pictórica de Freddy Sánchez Caballero
Gonzalo M. de la Torre Guerrero
Uniclaretiana
La dolorosa masacre de Bellavista (municipio de Bojayá) no es la única que haya golpeado nuestra territorialidad atrateña. Muchos son los cadáveres que el río Atrato ha venido arrastrando en su cauce, desde la década de los años 40 y 50 del siglo pasado, hasta penetrar en el tiempo de las masacres contemporáneas que se vienen dando desde la década de los 90 hasta nuestros días, incluida la dolorosa, tenebrosa, macabra, difundida y no siempre bien presentada masacre de Bellavista.
Una de las características de nuestra violencia es que la verdad de ella está en gran parte escondida en el silencio de sus autores. ¿Han pedido perdón los partidos tradicionales de Colombia por las masacres que se realizaron, en los años 40 y 50, bajo su guía y con sus nombres, cuando un pueblo atacaba y masacraba a otro, sencillamente porque se llamaba liberal o conservador? ¿Quién de estos partidos ha sido juzgado o encarcelado por estas masacres? ¿Por qué nadie habla de esto, cuando esta verdad también debe ser esclarecida y sus efectos deben ser cancelados a través de una petición de perdón y de un arrepentimiento sincero de sus representantes?… ¿Y quién le ha exigido a las iglesias que pidan perdón por el silencio guardado frente a los partidos que planearon, aprobaron y financiaron tantos crímenes?
Este es el valor que yo le veo a esta exposición pictórica del Maestro Freddy Sánchez Caballero, que lleva por título “Las Viudas de la Curva del Diablo”. La Curva y la Playa del Diablo existen aquí cerquita, en nuestro río Atrato, en los alrededores de Quibdó, después de la comunidad de San Cena… Esta Curva es escogida por Freddy Sánchez como el sitio para conmemorar no solo una, sino muchas matanzas que han quedado en el olvido en esta larga historia de violencia que envuelve a Colombia y que muchos quieren todavía prolongar, como si no fueran suficientes las muertes ocurridas, los desplazamientos provocados, las almas destrozadas, las memorias pisoteadas y las conciencias torturadas con todos los quebrantos que va dejando esta guerra maldecida por tantas personas que tratan de salir de ella antes que ella acabe con la última esperanza que aún queda en su interior…
El artista Sánchez Caballero, bien conoce personalmente la Curva del Diablo. Él recorrió sus playas en la década del 90, cuando hacía un trabajo misionero, llenando de color y de vida con sus imágenes los hogares infantiles que por entonces, en una cantidad significativa, llenaban los rincones del Medio Atrato. Él hoy nos pone cita en la Curva del Diablo, porque él ya escribió un bello cuento sobre la misma, (el cuento que acabamos de escuchar y que llena de espanto el alma de quien lo escucha). Es un cuento de antología que ahora trata de plasmarlo en el lienzo. Son figuras de mujeres que, desde la desnudez de sus cuerpos, desde la impotencia de sus brazos, desde la calidez de su llanto, desde el abrazo compasivo, desde el gesto de muerte de sus bocas, desde la silenciosa maldición de sus labios, trata de evocar la soledad en que quedan los cuerpos y las almas, cuando la muerte injusta, absurda y violenta los visita.
En realidad, no es cuento que nuestras mujeres atrateñas hubieran escuchado aterradas esta orden de los paramilitares del Atrato: “Que nadie entierre los cuerpos asesinados. Que la corriente o los gallinazos den cuenta de ellos, o a todos les va a pasar lo mismo”… El dolor de lo que esto significa es lo que el artista recoge en su pincel… Así como se necesita valentía para pintarlo y conservarlo en la memoria dolorosa de esta guerra, también se necesita compromiso para mostrarlo desde los claustros de esta casa llamada el Convento, porque en esta guerra no solo es necesario rezar en silencio, sino levantar la voz y condenar las muertes ocurridas y condenar a sus autores y exigirles que le pidan perdón a esta patria representada en los cuerpos desnudos de sus mujeres, con sus vientres aún llenos de vida, con sus senos aún robustos para alimentarla y con sus rostros llenos de terror y de dolor y con sus gritos que se prolongan en las noches, confundidos con el canto de los bujíos nocturnos y con las protestas de los millones de grillos, de ranas y de sapos que le cantan un requiem a la muerte… y con los millones de cocuyos que prenden sus luces para la cita que se da el amor y el dolor en esta Curva del Diablo, Curva de la Memoria dolorosa, Curva del exorcismo que maldice la violencia, Curva del amor que rescata la memoria de los seres queridos masacrados y que bendice la hermosura de los cuerpos de nuestras mujeres negras que seguirán llenando con su fertilidad el vacío de vida que dejaron tantos asesinos sueltos que han instigado la guerra desde sus escritorios, sus cátedras o sus curules…
Esta Muestra Pictórica, memoria de las muertes acaecidas en nuestra región y en nuestra patria, tiene la característica de la sobriedad. Con el predominio de los grises y del azul, en una inmensa variedad de matices, el artista nos mete en el alma el dolor de nuestras mujeres que en su luto y en su duelo claman al cielo por verdad, justicia, reparación y no repetición. Aquí el desnudo juega un papel importante: es una forma artística de presentar el luto: dejar que el cuerpo descubierto trasparente el dolor, porque cuando el dolor es tanto, no hay forma de cubrirlo con nada, ni de disimularlo con ropa alguna… Si el color gris nos lleva al luto, el color rojo nos mete en la violencia y el color amarillo hace un llamado a la vida y a la esperanza, otra característica espontánea de Sánchez Caballero. Su obra no nos deja en la muerte o en el llanto. Los reconoce, sí, pero va más allá: nos hace un llamado a seguir abriéndole senderos a la vida, a través de cuerpos que la revelen… ¡Podemos renacer de la muerte!, sigue siendo su mensaje…
Miremos ahora este cuadro, sí, este, el de la mujer majestuosa, llena de dignidad en su dolor, en medio de un paisaje por el que pasó la guerra, dejando los árboles desolados y el agua un poco ensangrentada… Ella se levanta en medio de una inmensa soledad, con un niño en sus brazos. Es un canto, mejor, un himno a la mujer campesina, de pie, valiente y resistente, sufrida y soñadora, tierna y maternal, que se alza agigantada sobre el dolor y la muerte, indicándonos que su historia ha sido superior a la amenaza, al desplazamiento, a la masacre… A los pies de esta majestuosa mujer, está la campesina ordinaria, la agricultora y pescadora, la de la batea y el almocafre, la del alabao y el chiste, la del hijo que no falta, la luchadora a sol y agua permanente… Campesina genuina, que no sabe a quién entregarle la tristeza que lleva en el alma… que no suelta el canalete, porque le toca, como desplazada, seguir bogando en búsqueda de una tierra en la que pueda recomenzar la vida… Ojalá allí encuentre la compañía de los nuevos varones que el cuadro no nos muestra, porque todavía en nuestra historia no se ven los líderes con las propuesta adecuadas para hacer que el Chocó demuestre que tiene un proyecto de vida propio, diverso al del resto de Colombia, porque su territorialidad es diversa, ya que su cultura y su historia son también diversas. A la mujer de este hermoso cuadro me atrevo a llamarla, quizás intentando ir más allá de la intencionalidad de su autor, me atrevo a llamarla “la Virgen Negra de la Curva del Diablo”, “la María atrateña” con su niño Jesús negro en sus brazos, viajando con el pueblo y compartiendo la suerte del mismo. Ojalá la iglesia que hoy muestra con complacencia este bello cuadro, sea capaz de acompañar en el futuro a esta María Negra, y a este pueblo que está embarcado en la aventura de la búsqueda de un desarrollo apropiado, que responda no a la voluntad de quienes hasta hoy nos han programado y explotado, sino a la historia y la cultura que hemos heredado y a la cual no querremos atender ni responder.
Todos los rostros de esta exposición llevan dolor y esperanza. Y lo curioso es que los principales cuadros, o un buen número de sus figuras, están sin rostro definido. Sin embargo, sentimos el brillo y la tristeza de sus ojos, la bella forma de su boca negra con sus lamentos y con una insinuada maldición a la guerra… Y percibimos que el pintor que les dio forma nos quiere decir algo con imágenes sin rostro, para que seamos nosotros, sus observadores, quienes les pongamos rostro adecuado a estos bellos cuerpos femeninos, hoy torturados y adoloridos por tanta violencia.
Freddy Sánchez Caballero ha pintado muchos, muchísimos rostros negros; muchos, muchísimos desnudos de mujeres negras; y muchos, muchísimos paisajes de nuestra selva atrateña… Los ha ido regando por el mundo: España, Austria, Alemania, Polonia, Canadá… Y, en verdad, las mujeres de sus cuadros han hecho suspirar a más de un varón por tener cerca uno de esos rostros o uno de esos cuerpos, cuya belleza y sensualidad es tanta, que llevan a darle gracias a Dios y a la evolución que Él diseñó, por semejante regalo… Hoy estos rostros y estos cuerpos están enlutados. Que el posacuerdo de la Habana lleve de nuevo a nuestro artista a ponerle esa belleza que él ha sabido descubrir en nuestra selva, a los futuros rostros y cuerpos negros de la paz que él llegue a pintar… Y que a nosotros nos lleve a ponerle vida a esos rostros no definidos que hoy nos entristecen, porque la paz aún está en juego y un descuido o una mala jugada podría echar a perderlo todo. Frente a esta exposición pictórica, lo único cierto que tenemos es que la guerra y, por lo mismo la paz, pasan por el rostro y el cuerpo bello y sensual de nuestras mujeres negras. Y desde aquí debemos sacar lecciones. Este ha sido el trabajo del pintor Freddy Sánchez Caballero, quien por su obra se nos convierte en maestro. Maestro no es sólo quien pinta hermoso, sino quien, desde su pintura, sabe dar lecciones de belleza, de vida, de humanización…
Gracias, maestro Freddy, por tanto derroche de hermosura, por tanta profundidad en el dolor, por tanto interrogante que despiertan estos cuadros que nos llevan a odiar la guerra y amar, cada vez más, esa frágil paz que aún no la tenemos asegurada. Que estos cuadros nos hagan pensar distinto, nos lleven a desarmar nuestros espíritus y cancelar odios y rencores, y nos sirvan de inspiración para construir otra historia, distinta a la hasta ahora vivida. Sabemos que los artistas socialmente comprometidos y denunciadores de las injusticias no son artistas comerciales; pero también sabemos que ellos son maestros de las conciencias que se detienen a contemplar sus cuadros y tratan de inspirarse en ellos. Y esto no tiene precio. Es la mejor recompensa que la historia le puede dar a un maestro de la pintura: ayudar a que este nuestro planeta sea un poco mejor. Que le quede, Maestro Freddy, esta gratitud de nuestra parte, gratitud que, esté seguro, nunca morirá…