
Ya está aquí la palabra capaz de romper la dura corteza de la indiferencia, la apatía.
La palabra capaz de penetrar las barreras de la timidez y el miedo.
Ya llegó, pese al ruido sordo y creciente de normas, censuras, espionajes…
Está entre nosotros, en el muro, en el aire, en la red, o en la calle, en la marcha,
hermosamente virtual, dramáticamente real.
Palabra bote que navega el mar de la incertidumbre
como una fuente restauradora de sentimientos encontrados sobre la Babel histórica,
como la imagen universal de un pentecostés profano.
Ya se aproxima el pensamiento húmedo como un riachuelo en creciente
arrastrando y tirando piedras, junto al susurro y el grito
tras el dolor, el duelo, el luto
como una vieja parodia cargada de rabia y denuncia.
Junto a lo aparentemente intrascendente y manso del día a día social
del suceso extraño, injustificado, incomprensible,
tras la amenaza, la inequidad, la agresión, la injusticia.
Palabra flecha, imperfecta, directa y contundente,
como un estigma en la piel flácida de la inercia, como una queja.

Poco a poco se extiende en las redes sociales, con grafismos, errores y contracciones
con virtudes y defectos, como un rumor subrepticio,
con seudónimos de mi yo rebelde, o mi nombre completo,
acompañada con imágenes fantásticas, reales, crudas, indignadas, casuales.
Ya llegan con su mordacidad infinita como en las viejas épocas
cuando las gestas crecían de asombro en asombro, con cada batalla, con cada héroe muerto,
cuando las historias se transmitían de boca en boca, y transcurrían en la imaginación.
Ya está entre nosotros la magia de la palabra junto a la imagen y el pensamiento libre y espontáneo,
sin apenas censuras, al alcance de todos, con un clic, con un suave movimiento.
Tiemblan la falsedad, y la verdad a medias de los medios.
Se sacuden el político y el manipulador y el establishment, que es redundancia…
Ya ronda entre nosotros el poder compartir lo que percibimos, lo que sentimos,
ya nos posee el espíritu ligero de la opinión lacerante y feliz,
el audaz sentido común de nuestro pensamiento crítico, espontáneo,
el terciopelo de nuestros afectos, el hierro de nuestros odios.
Luego de décadas, o siglos, o milenios de un marcado dominio del silencio y la mordaza oficial,
vuelve la palabra incendiada como un ave revolucionaria, como una incitación, un grito de combate,
como un náufrago desgreñado y maltrecho,
o un guerrero solitario cuyas heridas ha cicatrizado el mar, o el tiempo,
como Artemis, o una diosa nocturna anónima que lanza sus dardos de fuego
hacia cualquier destino.
F. Sánchez Caballero.